27 abr 2007

Feria mexicana (Madrugada del 21 de diciembre del 2006)

Yo sé que estaba en mi ciudad. Yo lo sé porque es algo que se siente. La noche había caído sobre la recién llegada feria popular, donde me encontré caminando por las muy familiares y nada novedosas atracciones. Un tiro al blanco, muchas “fritangas” y muñecos de peluche sonrientes, olorosos a aceite y coloreados de polvo saltaban a mi vista.
Mi hermana se encontraba a mi lado. Realmente no teníamos la menor intención de pasear en alguno de los juegos mecánicos, pero de repente nos encontramos siendo partícipes de esos grotescos y morbosos espectáculos, donde una simple ilusión óptica, generalmente bastante notoria, nos hacer ver a mujeres reptiles y niños de dos cabezas castigados por la naturaleza.
Caminando entre fétidos olores nos encontramos con algo que nunca pensamos sucedería. Una de esas desgraciadas mujeres mitad humano mitad reptil era una prima que dejamos de frecuentar desde la niñez, quien ahora se encontraba sobreviviendo en ese mundo circense.
Al verla en ese aparador llegaron a mi mente imágenes de sus padres y sus hermanos, de nuestros juegos de niñez y de tanto tiempo transcurrido. Sus ojos reflejaban tristeza, su piel morena reseca y su cabello descuidado eran un reflejo de cómo vivía.
Aunque hacía ya tiempo que no teníamos comunicación con ella, nuestro primer instinto fue rescatarla de ese lugar sucio y que no la llevaría a ninguna parte.
Realmente no recuerdo haber escuchado una palabra de ella, pero al tratar de ayudarla, no se resistió. Nos dio a entender que termináramos el recorrido y al final ella se iría con nosotros.
Súbitamente, mi única preocupación era si podría pagar el costo del espectáculo. No traía gran cantidad de dinero conmigo, además, el rostro del encargado me hacía sentir desconfianza.
Al finalizar la función, el hombre dijo, con voz tajante y marcado acento sureño, que tendría que pagar mil pesos, 200 correspondientes al espectáculo y 800 de una deuda que mi prima tenía con él, eso si queríamos llevarla con nosotras.
Al considerar yo esa cantidad algo exagerada y abusiva, le dije que le pagaría los 200 pesos, pero que me diera un tiempo para conseguir el dinero que le debía mi prima.
Al acceder, regresamos al lugar donde se realizaban las funciones para encontrarnos con ella e irnos a casa. Al ingresar, presenciamos actos que no se encuentran a la vista del público en general.
El acto que más parecía fascinar a quienes ahí se encontraban era realizado por mujeres, todas desnudas y muy delgadas, de piel blanca, cabellos largos y oscuros y rasgos orientales. Estas se encontraban dentro de una bolsa de plástico transparente, sumergidas a medio cuerpo en una tina de metal repleta de lo que parecía ser una mezcla de agua sucia con sobras de comida.
Obviamente las mujeres no podían respirar, por lo que la persona que las observaba sostenía una pequeña navaja para cortar la bolsa cuando la desesperación de la joven reflejara su cercanía a la muerte.
La cara de fascinación de las personas que sostenían la navaja al ver a las jóvenes retorcerse me hizo recordar el ansia de control de la humanidad y su gozo por el morbo y lo grotesco.
Presenciar eso me hizo apresurar más la salida de mi prima de ese lugar, por lo que sin más problema nos alejamos hacia mi casa.
El camino no lo recuerdo bien, pero al llegar nos esperaban ya el encargado del lugar con su mujer, quienes con hachas y demás instrumentos afilados trataban de hacernos daño.
Nos pedían el dinero (realmente yo al presenciar los hechos grotescos que sucedía en esa carpa, no volví a pensar en el).
Al resistirme, la mujer tomo una piedra y terminó la vida de mi prima con un golpe en la cabeza. En ese momento me encontré sola enfrentando a la pareja y mi instinto permitió que me defendiera como mejor pude.
Mientras lanzaba golpes al aire o a lo que tuviera enfrente, pensaba que ojala hubiera pagado esos mil pesos y así hubiera evitado tanto problema y posiblemente mi muerte. A la vez pensaba tal vez todo estaría mejor si hubiera dejado a mi prima con su espectáculo en la feria.
En un torbellino de rabia, el encargado sureño comenzó a girar a velocidad inhumana para tomar impulso y propinarme un golpe bastante decente con una pala que sujetaba con fuerza, sin embargo, la urbanidad salvó mi vida.
Mientras él avanzaba con fuerza y velocidad hacia la mitad de la calle, un camión urbano circulaba en esa misma dirección, mismo que lo impactó con gran fuerza y lo mató al instante. En ese momento todo termino, y yo sólo agradecí la puntualidad de la ruta 11.